Dejo un artículo de 'Los amigos de Ludd' que andaba releyendo y que sintetiza de forma bastante brillante, al menos para mí forma de verlo, muchos de los temas y pensamientos que circulan en torno al momento histórico que vivimos y lo que de aquí se desprende para las luchas por la libertad sin condicionantes.
“Realmente, el principal problema es la cuestión de lo que nosotros, los trabajadores, vamos a aceptar como progreso”.
San Francisco, 1971
DERROTA
Derrotado el viejo movimiento obrero en su proyecto histórico [1] y relegado el cadáver a la esfera de lo privado, propia de una sociedad de masas fuertemente individualizada y consumista (postmoderna, industrial, en “crisis”...), las relaciones sociales capitalistas vendrían a entremezclarse cada vez más con la vida cotidiana. Proceso muy acentuado en el periplo de los años ochenta y noventa, la reacción neoliberal de Thatcher y Reagan, y acompañado, claro está, del avance afilado de los instrumentos de dominación tecnológica: la industria militar, la comunicación desenfrenada, la manipulación genética, etc.; a lo que sin duda hemos de vincular el hecho de que la maquinaria tecnocientífica se desarrolle empeñada hoy, como decía Ramón Germinal, en “sustituir a la naturaleza y a las hembras en la privilegiada tarea de crear vida”.
HUMANITARISMO
Desde la modernidad, como veremos más adelante, la tensión entre vida y política ha sido el eje de los discursos. Puede decirse incluso que ha sido el fermento, en especial del discurso o el cuento humanitarista: aquel que moviliza a las buenas voluntades devolviéndoles la “buena conciencia” y, a la vez, culpabilizando a las propias víctimas y a los países más pobres. De hecho es el discurso más extendido, el de la dominación en sus diferentes caras. Ya sea esta la más dura, el correlato a la reacción neoliberal de los años ochenta (el espectáculo televisado de la Guerra del Golfo o, más tarde, la Guerra de Irak) o las más blanda de las miles de ONG´s -vamos a decir bienintencionadas- que hoy velan por preservar la vida allí donde se vea amenazada. Herramientas parlanchinas la una y la otra del consenso y despolitizadoras. Capaces de igualar, mediando el prisma desencantado y cool de la hegemonía postmoderna, desastres naturales y guerras; con la pistola, claro está, de los derechos humanos y una democracia mercantil y tecnocrática (gobierno de los especialistas, de los expertos) bien cargada y en la boca.
La ayuda solidaria se anuncia salvación del “otro”. El problema es que contempla al ser humano únicamente en su dimensión más simple, la zoológica (“forma o manera de vivir propia de un individuo o de un grupo”: zoé), obligando así a conformarse con la miseria hipertecnificada de la industria del espectáculo a la inmaterial, que es sin duda la que da sentido a la existencia. De este modo el humanitarismo se propone exclusivamente satisfacer exigencias físicas tales como la ropa, el alimento o la vivienda. La víctima, que por h o por b ha sido brutalmente desarraigada de su contexto, es decir, de su forma, deviene entonces pura existencia biológica (nuda vita o bios: “el simple hecho de vivir común a todos los vivientes”). Se trata pues de salvar la vida, en general, como si fuese algo que aflora en el aire o palpita en todo lo que nos rodea; mistificándola y a la par desnudandola, reduciéndola a mera supervivencia: sin preguntarse si quiera, en el caso de conflictos armados o el plomo del día a día, qué causas generan tanta violencia. Así la víctima responde a la imagen, es un reflejo más, de la homogeneización que el Estado transnacional realiza.
Banalizar... vaciar de sentido la solidaridad y la vida entera en el trazo estético que va de lo propio a lo ajeno, o de lo privado a lo público, es a lo que contribuye tanta gente que acude convencida a actos tan deplorables como el Live Eight de Bob Geldof [2]: es el “devenir imagen”, sobre imagen, del capital; lo hemos visto también en las movilizaciones contra la guerra o el 11-M. Ideológicamente algo más a la derecha (más reaccionaria), al margen de la carretera que conduce al corredor de la muerte de la prisión de Livington, en Tejas, el discurso humanitarista y autodenominado pro vida escribe: “el aborto detiene un corazón vivo” [3]. El cinismo es, sin duda, uno de los afectos -por decirlo al modo del “hardt-negrismo” universitario- que el dispositivo de producción de orden despliega con menor sigilo.
CONTROL Y AUTO-CONTROL
A la crítica más o menos “de izquierdas” o ciudadanista de la deslocalización de las grandes corporaciones industriales y los mercados financieros desregulados (globalización), debemos anteponerle la óptica de la incorporación de todos los ámbitos de la vida al proceso de valorización del capital. Decir que las políticas que articulan las diferentes agencias del “Estado universal homogéneo” (Fukuyama) encauzan al mundo, y muy especialmente a ese tercero, hacia un mismo objetivo -ser tierra abonada y pasto de y para las transnacionales- es cierto, pero desde luego es muy escaso a la hora de diagnosticar, en la era de la globalización armada en la que acabamos de entrar, el alcance que dichas políticas (intervencionistas) puedan llegar a tener, y de hecho tienen, en la dominación generalizada de nuestras vidas.
La logorrea de la participación y la tolerancia cívicas, por ejemplo, no hace sino disfrazar la barbarie de una movilización en la que la totalidad de las capacidades y pasiones humanas actúan supeditadas a la cadena del mercado: es así como la vida se ha convertido hoy en el autentico modo de sujeción y dominio. La movilización total que el ambiguo pensador Ernst Jünger anunció ya hace años, en 1930, posee carácter de militarización de la sociedad y actúa, a través de estados de ansiedad, miedo e insatisfacción inducidas, sin otra bofe que el consumo. Sin embargo el remedio capitalista no consuma su función, y reacciona como caja de resonancia primero y más tarde o a la vez como lazarillo, quedando así el “hombre anónimo” de la tele-democracia atrapado en la cadena de producción de un sistema que parece funcionar por sí solo: sin una mano exterior que lo impulse más que la propia vida.
“La congruencia total y sin resto entre la oferta y la demanda [apunta Günther Anders] no se alcanza jamás; de modo que, para cerrar esa brecha, hace falta movilizar una fuerza auxiliar, y esa fuerza auxiliar es la moral. Cierto es que también la moral, si ha de ser apta para servir de fuerza auxiliar, debe ser previamente formada, de tal manera que pase por ‘inmoral’ -es decir: por inconformista- aquel que no desea lo que haya de recibir, y de modo que la opinión pública (o, en su caso, su portavoz, que es la conciencia individual ‘propia’ de cada cual) fuerce al individuo a desear lo que haya de recibir. Y eso es lo que sucede hoy en día. La máxima que se nos impone a todos a cada instante, y que apela -tácitamente, pero sin objeciones- a la ‘parte mejor de nosotros mismos’ reza (o rezaría, si se formulara): ‘¡Aprende a necesitar lo que te ofrezcan!’”. Y es que es simplemente viviendo, tejiendo toda una orbe de relaciones afectivas, lingüísticas, creativas, de cooperación social, etc. que producimos y reproducimos una realidad que se ha entremezclado por completo con el espectáculo. Efectivamente hoy somos al mismo tiempo espectadores (objetos, cosas) y protagonistas (sujetos, actores): sujetos sujetados a una movilización general que tiene por nombre “participación” y que no es otra cosa que nuestra autoimplicación en la megamáquina... La rueda del dominio nunca se ha movido desde tan adentro.
La sociedad metropolitana del adoctrinamiento y manipulación de las conciencias, como no puede ser de otro modo, alberga el malestar y el vacío en el centro y los despliega y normaliza generalizándolos. Decreta la muerte/asesinato de lo que cada uno de nosotros quiere vivir (disponer y decidir sobre las propias condiciones de existencia) y la “mayoría”, es decir, esa sociedad civil de la que formamos parte con la amenaza explícita de ser excluidos o tachados de terroristas, se excusa en lo cotidiano para no tener que hacerlo hasta el final; no lo soportarían. Trazan... o trazamos y recorremos una vida despotenciada, una vida convertida en proyecto (en permanente inversión de dinero sobre uno mismo, para afrontar así el encerado y remodelado constante que el mercado exige) y tejida del material de la renuncia, o la servidumbre voluntaria: el oportunismo, el cinismo, el miedo...
Las élites corporativas, políticas y militares, con tal de mantener un espectáculo derramado a todos los ámbitos de la vida -o el orden- social, no hacen sino amordazarnos a la brutal necesidad del mercado y sus gadgets. Pero ahí no queda todo. Decía Hannah Arendt que la dominación no se ejerce sólo desde el exterior sino también desde el interior. Y, efectivamente, la subordinación a la cadena del mercado viene dada en dos movimientos que se entretejen en su perpetuo ir y venir: a) desde el exterior, o heteronomía, y b) desde el interior, o autonomía.
En el espectáculo postmoderno, cuya característica y novedad primera es la ausencia de toda centralidad -y también de aquella que desde la fábrica ejerciera el trabajo-[4] el capital, productor de todo tipo de mercancías y servicios, ante la descomposición y la miseria generalizadas, hoy vende seguridad. Y lo hace de un modo, cuando menos, paradójico: obligándonos al cumplimiento de un código normativo implacable, de “tolerancia cero” o de “firmeza diez” que dijera Fernández Díaz [5]. El paro es un ejemplo. Deviene una herramienta eficaz para el consenso, alimentando los miedos que provoca la propia amenaza del paro (el miedo al vacío que acecha) y reconduciéndolos hacia una adaptabilidad a la red productiva, a la lógica y miserias del trabajo asalariado en este caso. Dicha adecuación, y es ahí donde irrumpe con más fuerza la paradoja, viene acompañada del ejercicio de la “autonomía” -ilusoria, por supuesto- por parte del individuo-masa, del individuo individual: que se siente libre, tiene un proyecto y se busca a sí mismo dentro de una geografía específica de los recursos, de las posibilidades y de las aspiraciones que el poder preserva (heteronomía). Es decir, a través de un conjunto de intereses generales (¿de la industria acaso?... que más bien son legitimaciones ideológicas, desarrollistas), ilusiones tecnoentusiastas de confort por parte de la “ciudadanía” (lo que supone, se quiera o no, acarrear con necesidades ficticias de fácil adquisición en cualquier superficie comercial... con la explotación trabajo-consumo-devastación del medio natural, etc. que ello implica), estrategias intervencionistas de corporaciones industriales como Monsanto, Pioneer, Syngenta, Novartis e Indra, sistemas o complejos técnicos e instituciones (cárcel y Estado penal sobre todo) que dirigen y gestionan con criterios puramente empresariales nuestras vidas. A través del control social. Y control social es también, no conviene olvidarlo: “el encuadramiento psicosocial de las ‘muchedumbres solitarias’, el control policial del ‘salvajismo’, la industria de la ‘salud’ (sector en expansión donde los haya), la del entretenimiento y de las compensaciones ‘culturales’ por la desertificación de la vida, por no decir nada de todo lo que concierne a la ‘reparación’ del bricolaje técnico de una neonaturaleza” (Jaime Semprun).
LA POLITICA SE CONVIERTE EN POLICIA
Abandonar el miedo tatuado en nuestros cuerpos no es fácil. Y menos fácil es olvidar el mazo que golpea (Estado penal): la onda desplegada y, gracias a la estadística, el cálculo de probabilidades y la terrible lógica de los seguros, dilatada y dirigida a aplastar los diferentes modos de insumisión -y la contestación más radical la ha ejecutado siempre la lucha anclada en el pensar y el sentir contra el poder- que realmente lograsen enfrentarse frente a esta... frente a una obviedad pegajosa e hipócrita que día a día nos arrastra, la realidad. O lo que es lo mismo, frente a un proceso creciente de desertización (“actuarial”) en el que ya casi no se puede respirar otra cosa que unos y ceros y tantos por ciento, polvo... un paisaje desolado y ruinas.
Derruidas la Torres Gemelas, el ejercicio de la política como esfuerzo por preservar la seguridad ciudadana y global -o, dicho sin eufemismos, de la economía global- se entiende, invirtiendo la sentencia de Carl von Clausewitz, como continuación de la guerra por otros medios: una guerra civil abierta contra todo comportamiento considerado, en el Código Penal, la Ley del Poder Judicial, la Ley de Enjuiciamiento Criminal, la Ley del Menor, la Ley de Extranjería, etc. [6], como “desordenado”; contra todo individuo o grupo social entero (los jóvenes, los inmigrantes, los radicales...) que ose o se vea obligado a “perturbar”, ahora o en un futuro hipotético, el orden socialmente impuesto. Desde luego hoy el consenso está sujeto, no al principio de negociación propio de las democracias liberales, es un decir, sino a ese orden socialmente impuesto y promovido por el propio miedo a la exclusión y sus efectos devastadores.
Las amenazas lanzadas por Bush y propagadas a través de los media tras el 11-S resuenan una y otra vez -y cada vez con más fuerza- en nuestras cabezas, obligándonos a habitar en la cuerda floja de la precarización, de la degradación sistemática de las condiciones objetivas de vida, que se extiende entre estos dos abismos: “o estáis con nosotros o estáis con los terroristas (...) o estáis conmigo o estáis contra mí” [7]. “Vulnerabilidad [nos recuerda oportunamente Ramón Germinal] es la palabra más utilizada para definir a los regímenes democráticos: ‘al ser sociedades abiertas y libres son más vulnerables al terrorismo’. La falacia de esta frase lleva implícita la alternativa de un ‘estado-guerra’ que sacrifique la autonomía y la libertad de la gente por un poco más de seguridad. Todo ello sin perder el envoltorio de la democracia. Ya sabemos la clase de libertad que reparten en las democracias, pero la vulnerabilidad tiene raíces más profundas y conviene recordar qué hace vulnerable a la sociedad tecnológica. Es como narrar la historia del progreso pero al revés”.
“LA MISMA REALIDAD VUELTA ENGAÑO”
La vida, en los labios y en laboratorios del poder, no es hoy más que un espectro. Ese espejismo o ese fulano que nos sujeta y nos esclaviza a todos, encargado de levantar horizontes de sentido, basculando eterna y estúpidamente de derecha a izquierda, dentro de un desierto circular y asfixiante. La realidad. Es decir, la verdad que ha salido triunfante, la verdad capitalista (neoliberal), se ha hecho una con la realidad y asegura que la vida se ha hecho totalmente capitalista: ya no es el mercado el que organiza la sociedad, sino que es más bien la vida entera la que se ha convertido en mercado. “El espectáculo desarrollista [escribe Miquel Amorós], que enmascaraba su naturaleza fascista mientras ofrecía a los asalariados la libertad de consumo”, y “el espectáculo democrático, que ocultaba su origen pactado y su vocación totalitaria cubriéndose de una ideología de la libertad”, se han integrado en un mismo entramado (sociedad red) carcelario. Si “el espectáculo desarrollista y el democrático han sido formas primarias que no llegaron a determinar la totalidad de las conductas sociales porque la realidad existía a parte, ajena a ellos”, “el espectáculo postmoderno resultante es sin embargo una forma madura, porque se mezcla con la realidad, falsificándola y a la vez reconstruyéndola como espectáculo. No se limita a acompañar a la realidad alterando su percepción; no es ya una presentación engañosa de la realidad, es la misma realidad vuelta engaño”.
¿FIN O MUTACIÓN DE LOS TIEMPOS MODERNOS?
Vivimos en el mundo que vivimos y no en “otro”. Y, aunque nos asquee, de la post-modernidad o hiper-modernidad ya [8], como de la guerra cotidiana (patriarcado, escuela, trabajo asalariado/paro, necesidades y miserias inducidas a través de los medios de masas -modas-, neurosis, psiquiatrización, devastación del territorio y humana, etc.), no se escapa ni Dios.
Liquidado de las “grandes mayorías sociales” el proyecto ilustrado de la modernidad, el derrumbe de los grandes relatos de legitimación de lo artístico, lo moral y lo científico (el proyecto histórico, la idea unitaria, la historia, la emancipación, la razón, etc.), tal y como diagnosticara Lyotard en La condición postmoderna, el panorama de hoy es muy distinto. Yendo más al raíz: “En la medida en que la ciencia y la técnica penetran en los ámbitos institucionales de la sociedad, transformando de este modo las instituciones mismas, empiezan a desmoronarse las viejas legitimaciones” (Jürgen Habermas).
Hoy no sólo la criatura humana sigue estando en minoría de edad, reverso pegajoso y patético de lo que Kant afirmó con la Ilustración, sino que la única en emanciparse ha sido la técnica: el procedimiento o conjunto de procedimientos automatizados que tiene como objeto la apropiación completa de la vida (biológica y política, natural y social) por vía del industrialismo; de una doctrina o ideología que justifica plenamente la acción instrumental y estratégica como colonización de la vida cotidiana -y de la vida misma en el caso de las biotecnologías- considerando únicamente como razonable y objetivo, se supone, el saber científico. A decir verdad la maximización de beneficios es su única lógica. (Es a esta autonomía de la técnica, proceso iniciado tras la Primera Guerra Mundial y que ha posibilitado la globalización capitalista, a lo que llamamos tecnología).
Hoy lo público y lo privado, el cuerpo biológico ligado al pueblo llano (“vida reducida a mera supervivencia y sacrificable”: plebs) y el cuerpo político que encarna al ciudadano (populus: “forma o manera de vivir propia de un individuo o de un grupo”), son ya indiscernibles: “a pesar de tantas charlatanerías bienintencionadas [acierta el pensador de la “biopolítica” Giorgio Agamben] el pueblo no es hoy otra cosa que el hueco soporte de la identidad estatal y únicamente como tal es reconocido”.
Hoy el conjunto de los ciudadanos en su condición de cuerpo político unitario (Estado total) y el capital en su faceta tecnoindustrial, el dominio espectacular de la técnica del que han hablado por ejemplo Neil Postman (Tecnópolis), Günther Anders (Nosotros, los hijos de Eichmann), David Watson (Contra la megamáquina), Jacques Ellul (La edad de la técnica), Theodor W. Adorno y Max Horkheimer (La dialéctica de la Ilustración), Lewis Mumford (El mito de la máquina y Técnica y civilización) o, más cercanos a nosotros, el colectivo parisino Encyclopédie des Nuisances [enciclopedia de las nocividades] (Observaciones sobre la agricultura genéticamente modificada y la degradación de las especies), Jaime Semprun (El abismo se repuebla), René Riesel (Los progresos de la domesticación), el colectivo recientemente disuelto Los Amigos de Ludd (Las ilusiones renovables, la cuestión de la energía y la dominación social), Félix Rodrigo Mora (Naturaleza, ruralidad y civilización), Guy Bernelas (El manto de Medea, consideraciones sobre la extinción de las abejas), etc. son un mismo cuerpo...
Hoy no existe pueblo, clase o movimiento alguno enfrentado al estatuto actual del capitalismo; al menos no radicalmente.
Pero, ¿qué es la post-modernidad sino una agudización de los postulados más nocivos de la modernidad, “una modernidad aún más moderna” como pronunció con La búsqueda del presente el poeta Octavio Paz?
La modernidad puede definirse como el modo de designar a las sociedades resultantes de un determinado proceso histórico -que se afirma con la Ilustración- de transformación de la civilización en su conjunto. Si durante la Edad Media el poder político lo sustentó la malla de la religión, durante la modernidad el poder político lo encarnaría la idea liberal de progreso ilimitado, ad infinitum: una nueva fe esta vez con argumentos racionales, una “Nueva Iglesia Universal” (Feyerabend).
Ciencia, moralidad y arte fueron las tres esferas en las que se separó la razón. Tomaron forma las fuerzas institucionales del mercado y el Estado. La movilización social fue el aspecto principal de la modernización: cambios en la convivencia de la familia y el entorno más inmediato (crecimiento económico, explosión demográfica y proceso de urbanización... o, de otro modo, desestructuración social de los campesinos y artesanos, imposición del trabajo asalariado, etc.), paso de una economía de subsistencia a una sociedad de consumo, innovaciones que afectaron a la estructura ideológica (medios de comunicación, publicidad, industrialización, paso de la cultura de élites a una cultura para las masas), cambios en las estructuras de poder, etc.
Frente a la comunidad (orgánica, cooperativa, afectiva), el todo para todos, surgió la sociedad (mecanicista, legislativa y represiva) y, como consecuencia, la dominación de una nueva oligarquía constituida por el poder económico de la gran burguesía, el todo para unos pocos [9].
RAZÓN INTRUMENTAL Y DE ESTADO
Los libros de Historia (con mayúscula, ya que no es otra cosa que la dominación de la historia) han buscado convencernos, ya desde la infancia, en la escuela y dándonos forma como al barro, del laicismo del Estado moderno. Convencernos de la no deidad del Estado al que “tan heroicamente” contribuyeron la toma de la Bastilla, las sublevaciones y todo eso que nos cuentan de la revolución burguesa del siglo XVIII: el Siglo de las Luces. Lo que no nos cuentan -lo que no nos hacen ver- es que sustituyendo la estampita de Dios por la figura endiosada de la razón, convirtieron religiosamente a la razón en razón de Estado. Término este último asociado a Maquiavelo y referido a las medidas “racionales” que un gobernante debe tomar con objeto de conservar la salud y fuerza de su Estado.
Lo señalado hasta ahora nos hace pensar en la razón instrumental que a principios del siglo pasado denunció Max Weber: científico-técnica e institucionalizada. Durante el proceso de modernización se equiparó paradójicamente razón a cálculo, economía y eficacia: la Santísima Trinidad del capitalismo. Max Horkheimer, y con él el resto de la Escuela de Frankfurt, englobó acertadamente dicha racionalidad tras el concepto de positivismo: identificando así a toda forma de pensamiento que limita y acota el ámbito de la racionalidad a mera racionalidad científica y que, por lo tanto, se opone a todo tipo de reflexión crítica a partir de la cual, tras un profundo análisis y comprensión de los procesos histórico-sociales, se haga posible promover la emancipación humana de los resortes velados de dominio y represión. Razón crítico-dialéctica, es decir, un uso crítico de la razón no reconciliado con lo que “es”, con lo existente, con el statu quo.
Los apologetas del positivismo, del Progreso, que para decirlo en muy pocas palabras, declaran ideológica (metafísica, supersticiosa, irracional, subjetiva...) cualquier forma de relación entre teoría y práctica que no sea puramente técnica, es decir, ciencia aplicada, toman partido así por un modo de vida y un sentido de la vida determinados, a saber, el de la administración técnica de la vida en todos sus ámbitos, el del control total sobre los procesos naturales y sociales.
“Hoy la dominación [dice Herbert Marcuse] se perpetúa y amplía no sólo por medio de la tecnología sino como tecnología”. “En la etapa del desarrollo científico y técnico [profundiza Habermas] la fuerzas productivas parecen entrar, pues, en una nueva constelación con las relaciones de producción: ya no operan en favor de la ilustración como fundamento de la crítica de las legitimaciones vigentes, sino que se convierten en las mismas en base de la legitimación (...) La ‘racionalización’ de Max Weber no es solamente un proceso a largo plazo de mutación de las estructuras sociales, sino a la vez ‘racionalización’ en el sentido de Freud: el verdadero motivo, el mantenimiento del dominio objetivamente caduco, queda oculto por la invocación de imperativos técnicos. Esta apelación a imperativos técnicos sólo es posible porque la racionalidad de la ciencia y de la técnica ya es por su propia esencia una racionalidad del disponer, una racionalidad del dominio”.
ESTADOS DE SITIO
La quiebra ecológica, financiera, etc. y militarización de la sociedad, inseparables, pues van de la mano de un desarrollo científico-tecnológico financiado por el capital (“ciencia, técnica y valorización industrial se encuentran integradas en un mismo y único sistema”, como bien apunta Habermas), es la soga que recorre ya cuarto y mitad del siglo XX y lo que llevamos de este... y que desde luego seguirá dilatándose.
El panorama actual -y no creo estar exagerando ni rindiéndole cuentas a ninguna ideología entendida como “falsa conciencia del pensador”, que diría Engels- es de lo más parecido a un campo de concentración de dimensiones planetarias, es decir, que contiene al mundo en su totalidad y no hay nada en él, o casi, que se le escape: no hay afuera. No hay determinismos históricos en los que apoyarse. Por otro lado, y aludiendo a una autocomplacencia activista, tampoco hay “origen” (buen salvaje: concepción rousseauniana de la que parte el primitivismo) ni individuo escindido de lo común, de los procesos sociales e históricos (que se busca a sí mismo, como pretende el individualismo más hedonista). (¿Resistir será entonces el único sustento de quienes incidan realmente en el terreno de una “critica crítica”, proyectada hacia una revolución integral? [10] ¿Existe hoy algún sujeto, algún movimiento, capaz de liquidar al capitalismo?, ¿y de ponerlo en jaque aunque sea? ¿Acaso ha existido o existe algún Estado-nación capaz de saltarse el mercado? ¿Se nombra hoy algún sujeto, léase “precariado”, que no sea sino la traducción retórica de un mal viaje iniciado en los setenta, una abstracción más?...)
Hoy el único Imperio que asedia, el imperio del capital financiero y productivo asociado a la técnica -omnipresente y omnisciente-, se ha derramado como una mancha de aceite sobre lo que ha sido y lo que podría ser y los ha condensado, el pasado y el futuro, en un presente continuo caracterizado por la amenaza aterradora de los bárbaros: islamistas, ETA, kale borroka, “chusma”... El aparato del Estado, cada vez menos nacional y mucho más universal y homogeneizado (el mercado se erige como regulador de las relaciones económicas y la democracia como reguladora de las relaciones de poder) actúa, como pudimos ver por ejemplo durante la invasión de Irak de 2003 o el intento más cercano de Israel en el Líbano y Gaza, al margen de la Ley: la pone en “suspenso” con el propósito de preservar la Paz, la Libertad y el sacrosanto orden democráticos. La excepción es hoy la norma. El estado de sitio puede decretarse en cualquier lugar y en cualquier momento.
Un presidente, el Pueblo (Volk: espíritu nacional), la guerra y la muerte -elementos todos ellos del fascismo histórico- es a lo que nos viene acostumbrando ya el soberano: el capital y su Estado, lo Absoluto, Dios... ¿Quién decide si no las guerras? Con la teoría del choque de civilizaciones de Samuel P. Huntington, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Harvard y antiguo miembro del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, la teología vuelve hoy al papel central que ya orquestara durante la Edad Media: “Dios me dijo: ve a combatir a esos terroristas... Y así lo hice” (George W. Bush) [11].
¿De qué se puede hablar/pensar después de Auschwitz?
Especialmente desde entonces (con la proliferación de los medios de formación de masas, con la extensión de redes de incomunicación como Internet, la telefonía móvil, la televisión, etc.) no se vienen diciendo más que idioteces; y casi siempre, o siempre, alabando los enormes logros de la ciencia y la técnica dentro de la muy costosa -sobre todo en el Reino de España- democracia totalitaria. Y es que siempre habrá idiotas (del griego idiotés: “ciudadano privado y egoísta que no se preocupa de los asuntos públicos”) que fijen su mirada embelesada en el dedo mientras se les señala, horrorizados, la luna: El hombre europeo [occidental por extensión] al exigir la dictadura de la razón [escribe en 1949 el historiador del nazismo Eugen Kogon], se ha convertido en objeto de funestos vasallajes, recubiertos, en parte, con ropajes deslumbrantes. Cargado de ciencia y de técnica, ha vuelto a un estado parecido al de la esclavitud. Los señores feudales y los príncipes del absolutismo no lo dominan ya, pero es ahora prisionero de numerosas necesidades -que se han despertado sin ser satisfechas-, una víctima desorientada, profundamente descontenta y a menudo desesperada, de Estados de termitas administrados burocráticamente”.
Después de Hiroshima, 6 de agosto de 1945, genocidio que marcó el ocaso de la Segunda Guerra Mundial y que probablemente terminó de esbozar el principio de una “nueva era” definida por la amenaza nuclear y el terrorismo industrial generalizados (legionella, fiebre aftosa, vacas locas, intoxicaciones masivas por aceite de colza, uranio empobrecido en los bombardeos humanitarios, imposición velada de transgénicos, incertidumbre genética, etc.), el estado de sitio pasó a ser la norma. Y bien, con el paso ya de seis décadas esto no ha hecho más que empeorar. Hoy puede decirse sin ningún miedo a ser simplistas que la política, muy lejos de representar una escala de valores que la dignifique, no consiste sino en una mera administración del desastre [12]: tanto a nivel ecológico, acostumbrando a la población a este de forma que pase desapercibido (el poder se vuelve “ecológico”, “bio” o “verde” en la misma medida que el ecologismo entra a formar parte del poder... así se estimulan, por ejemplo, cotas de mercado dedicadas al “consumo responsable” y planes estructurales con la etiqueta de “desarrollo sostenible”, conceptos en ambos casos absurdos puesto que consumo y responsabilidad y desarrollo y sostenibilidad son antitéticos), como a nivel social, reformando y endureciendo tanto las formas externas o heterónomas de dominación (que intervienen sobre los cuerpos) como las internalizadas o “autónomas” (que se interesan mucho más por las pasiones, por los sentimientos).
Las ruinas sobreexpuestas de Palestina, el desastre del Prestige, Kosovo, la guerra del Golfo, Tian’anmen, Chernovil, Bhopal, Villagrimaldi, Hiroshima, Auschwitz o los campos de concentración franquistas son hoy, en democracia, la matriz oculta del espacio político en el que vivimos, no lugares: macrocárcel de Zuera, Topas, Algeciras o Puerto 3 (Puerto de Santa María, Cádiz); los regímenes FIES (ficheros de internos de especial seguimiento); el proceso de privatización de las cárceles en EE.UU. y estudiado muy de cerca por Europa; el aumento de la seguridad privada; los centros cerrados de menores; la reforma y endurecimiento del Código Penal, la Ley del Poder judicial, la Ley de Enjuiciamiento Criminal, la Ley del Menor, la Ley de Extranjería, etc.; la subordinación de todos los ámbitos de la vida o, mejor, de todas las capacidades y pasiones humanas a la cadena del mercado; los psicofármacos; el miedo jadeado a través de los media y legitimador de la “tolerancia cero”, las normativas cívicas o la guerra global contra el terrorismo; las zonas de detección de los aeropuertos y las zonas de detección de migrantes “ilegales”, tierras de nadie situadas también en las interfases fronterizas; la condición de Palestina como lugar paradigmático de esta estructuración; los extrarradios de los muros fronterizos entre Ceuta y Melilla, donde anualmente unos 50.000 africanos intentan saltar las vallas hacia Europa; los centros de internamiento para extranjeros (CIE); Guantánamo... “Excluido” y “terrorista” son, a grandes rasgos -en lo social se entiende, porque en una concepción más amplia la catástrofe planea sobre todas y cada una de nuestras cabezas-, las dos figuras fantasmagóricas que lo transitan.
Más sencillo. La cara más acabada de la sociedad moderna e industrial (de “la autodestrucción de la Ilustración”, siguiendo a Horkheimer y Adorno) es por hechos consumados el fascismo, el nazismo y el estalinismo; claro que como decía Pasolini -y simplificando en exceso la ecuación- “el fascismo [histórico] se basaba en la Iglesia y el ejército, y hoy esto no es nada comparado con la televisión”: fascismo postmoderno lo llaman algunos. Condición sine cua non que productos espectáculo como el documental de David Guggenheim Una verdad incómoda (por nombrar sólo un ejemplo dentro de la cháchara acondicionadora y superficial sobre el cambio climático... que no informa ni por asomo sobre el agotamiento del petróleo sino que sólo intenta acostumbrarnos a lo peor sin afrontar sus verdaderas causas, a saber, el desarrollismo y el consumo desorbitado del modelo industrial, con todo su séquito de expertos, empresarios, políticos y burócratas) o el ciudadanismo que congrega bajo un mismo techo ideológico a militantes y simpatizantes de la izquierda de partidos y sindical y a altermundistas de los varios y muy apaciguados Foros Sociales, movilizaciones contra la guerra, contra la manipulación mediática y política del 11-M, por una “vivienda digna” o por el decrecimiento soft a lo Serge Latouche se encargan de enmascarar -consciente o inconscientemente- reclamando “más democracia” (participativa, estatista... una especie de regreso al Welfare State de los setenta) y una mejor gestión de la miseria ingénita a la demo-tecnocrácia mercantil, al “Estado-Providencia”, al “Estado-Uno”.
DIÁLOGO DEMOCRATICO
El Estado-capital (el anfiteatro de Dios y el Pueblo en la tierra) dialoga sólo con sus propiedades, con quien se somete sin reservas.
MASS MEDIA
La barbarie sistemática y racionalmente organizada, como falsificadora que es, no tiene otra forma de legitimarse más que esa apelación constante a una situación de peligro grave (Al-Qaeda, ETA, etc.), que expone machaconamente y en todas partes -a ojos de todo el mundo- y que al mismo tiempo se esfuerza en banalizar ¿secretamente? Si la prostitución y el camelleo son la expresión más desgarrada de la miseria social, la pornografía de los medios de formación de masas y el tráfico de drogas (la promoción y el uso que hacen de ellas la industria del ocio y las diferentes ciencias o seudociencias: la psiquiatría por ejemplo) son la principal máquina herramienta que el Estado-capital nos ofrece para seguir produciendo y reproduciendo lo absurdo: una vida (política, social) y la vida (biológica, natural) subyugada a su dominio.
DESCOMPONERSE MATANDO
El dispositivo de producción de supervivencia sabe rentabilizar incluso su propio nihilismo (su propia huida desbocada hacia delante) replegando a la naturaleza y a la sociedad entera bajo sus pantalones y procurando que ninguna esfera de la vida quede fuera de sus márgenes, de esa asquerosa economía.
¿PESIMISMO?
Más lejos del optimismo o el pesimismo no se me ocurre nada que salvar de una sociedad vertedero que bien puede medirse por los colores, los modelos y el olor -una vez usado- del papel higiénico que consume: realidad y capitalismo son sinónimos. La realidad (fordista, postfordista o la suma presente de aquellos modos de producción y valoración que hasta hoy ha dado el capital) no nos ofrece nada. ¡Mierda! Es lo que compone y hace girar al mundo, es sólo un cadáver en estado muy avanzado de putrefacción.
¿SUJETO REVOLUCIONARIO?
Si hoy existe algún sujeto revolucionario -que en sí no existe- ya está muy alejado del viejo movimiento obrerista: la conciencia no deviene en el lugar de trabajo, entre otras cosas, porque la fábrica se ha derramado a toda la sociedad invadiendo por completo nuestras vidas. Aunque algo, poco tiene que ver con el proletariado industrial despojado de los medios de producción y su toma de conciencia a través de una lucha de clases “marxista” (desposeídos de los medios de producción contra poseedores), y menos, aun los esfuerzos del espejismo mediactivista, con el precariado social de Antonio Negri: “a rey muerto, rey puesto” que dijera Ramón Germinal. Hoy el único “sujeto” que persiste, que lucha sin subirse a las ramas de la ideología o falsa conciencia (conciencia separada de la praxis, práctica separada de la conciencia) es el individuo autoconsciente de su situación de explotación mediante el trabajo, el consumo... y autoconsciente también de la cosificación de la vida misma a través de la industria y el mercado y que actúa en consecuencia. “A la condición alienante de dicho sistema técnico [escriben Los amigos de Ludd] hay que contraponer pues el proyecto de autonomía como vía de emancipación social e individual, que no se reduce, como creían y creen aún hoy muchos marxistas, a la supresión de la propiedad privada y a la apropiación de los medios de producción por parte de los trabajadores [medios de producción que más bien habría que desmantelar, ¡por supuesto no se puede combatir la alienación con medios alienados!], sino que incluyen el proceso por el cual los seres humanos, fuera y dentro del ámbito productivo, toman las riendas de la organización de su propia existencia y deciden en común sobre la prioridad y satisfacción de sus necesidades. Ni que decir tiene que el sistema técnico que hoy impera constituye un medio opaco para la clarificación social de esas necesidades y por tanto, su autocrecimiento supone una constante pérdida de autonomía para la sociedad en cuestión”.
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NOTAS
1. Derrota anclada en el Estado español durante la “Transacción”, en la que la convergencia entre el reformismo capitalista (PCE, PSUC, etc.) y el reformismo obrero (CC.OO. y UGT) liquidaría, gracias a los Pactos de Moncloa, en 1977, los movimientos de clase adscritos a las “luchas autónomas” y la asunción del proletariado como proletariado, es decir, como clase trabajadora.
2. Megaconcierto organizado por Bob Geldof (ex miembro del grupo musical Pink Floyd) con la idea, según relata la BBC, de “enviarle un mensaje a los delegados del G8, los ocho países más industrializados del mundo, para eliminar la pobreza y la hambruna en África (...) Se calcula que miles de millones de personas en el mundo lo siguieron por televisión” (3-6-2005).
3. “Un mexicano en el corredor de la muerte”, El País, 2-8-2005.
4. Por supuesto la sociedad del capitalismo salvaje sigue sustentándose en el trabajo, claro que no hay que olvidar que el desarrollo tecnológico-financiero ha enmascarado el antagonismo entre capital y trabajo diluyendo así los conflictos de clase. A esta situación han contribuido tanto los sindicatos pactistas y la beneficencia estatal -el subsidio de paro por ejemplo- como la automatización y deslocalización de las industrias. El paso de una economía productiva (fordista) a otra básicamente de servicios (postfordista) es simultánea al proceso de atomización social y privatización. En estas condiciones no es de extrañar que el lugar de trabajo y el trabajo mismo, como actividad creadora de identidades colectivas, hayan perdido el papel estratégico que sí tuvieron en la economía productiva.
5. “El líder del PP en el Ayuntamiento de Barcelona, Alberto Fernández, exigió por su parte ‘firmeza claridad y rigor’, que consiste en pasar de la autoridad cero a la firmeza diez, Guardia Urbana suficiente en los barrios, lucha contra el incivismo y la inseguridad, y más servicios sociales y municipales de mantenimiento y de limpieza” (ABC, 20-10-2005).
6. Leyes que esta misma la lógica de guerra (mundializada) ha reformado y endurecido en este caso en el Estado español.
7. El Mundo, 27-12-2001.
8. Lipovetsky, Gilles, Los tiempos hipermodernos, 2006.
9. “Una cosa es el saber social fruto de las experiencias de la vida puestas en común (habilidades, técnicas, errores, aciertos, conocimientos, afectos, sentimientos, expresiones...) y otra el bautizado por Marx como general intellect, creador y a su vez criatura del aparato científico-tecnológico, que precisa para su voraz alimentación de la sabiduría popular.
“Dos siglos de ‘general intellect’ al servicio de la (re)producción capitalista han socavado las bases materiales del saber social: los vínculos sociales de las comunidades humanas y las relaciones de interdependencia y conocimiento con el medio natural donde habitan. Saberes ligados a las características de las cuencas físicas -al suelo, el agua, el clima-; saberes aprendidos con los cinco sentidos; saberes acumulados para vivir, no sólo para trabajar; saberes en los que la gente enseña y aprende, en los que la información y el conocimiento de poco sirven si no nos hacen más sabios; saber que no es tal si no se comparte, que no se obtiene sin el vínculo de la cooperación social. Con el saber abstracto y sus aplicaciones tecnológicas los vínculos sociales de la gente que hacen comunidad han ido desapareciendo, y lo que es peor, sustituidos por otros basados en el miedo, en la demanda de seguridad; vínculos directos y voluntarios entre el individuo y el Estado. El conocimiento del hábitat humano, de sus particularidades y limitaciones, del saber que nos aporta han sido remplazados en dos centurias por la enseñanza reglada, los expertos y un aparato técnico-científico al servicio de una producción que no conoce límites, en tanto que producción de dominio. La peor de las pesadillas es la que nos enfrenta al espejo y en él vemos reflejadas las armas del enemigo que son las nuestras” (Ramón Germinal).
10. En este aspecto apunta Miquel Amorós (Historia de diez años: 1974-1984): “lo urgente son las tácticas de resistencia inmediata, la circulación de las ideas, la salvaguarda del debate público, las prácticas de solidaridad efectiva, la afirmación de la voluntad subversiva, la conservación de la dignidad personal, la secesión de la mercancía, el mantenimiento de un mínimo de lenguaje crítico autónomo... en el mejor de los casos la crítica revolucionaria ya llegará, y en el peor, dará igual que llegue como que no”. Y en otro texto: “la relocalización productiva, el retorno a la agricultura tradicional, los talleres autogestionados, la desurbanización y la democracia directa, no será el producto de ninguna placa fotovoltaica ni de ningún diseño verde, ni llegará de la mano de las viejas instituciones, de iniciativas ciudadanistas o mediante fórmulas financieras y empresariales, sino la obra de una revolución que subvierta las relaciones sociales existentes. Paradójicamente, dicha revolución ha de preocuparse de preservar todo lo que el capitalismo no pudo destruir -solidaridad, experiencia de lucha, cultura popular, viejos saberes..., pero también la flora y la fauna, el aire puro y el agua limpia-, por lo que habrá de tener por primera vez un carácter eminentemente conservador y constructivo. Ni técnica ni políticamente es posible evitar la alternativa entre la extinción biológica o la revolución tal como apuntamos. No hay solución desde dentro, a la izquierda o a la derecha, sólo desde abajo y desde afuera”.
11. La Nación, 7-10-2005.
12. Entendemos por desastre la sobreproducción capitalista, la deslocalización productiva, el despilfarro de agua, energía y materias primas, la intervención biotecnológica de las plantas y animales para una mejor adaptación a la industria y el mercado, la pérdida de la biodiversidad, la desaparición de prácticas agrícolas integradas, la contaminación a lo largo de la cadena alimenticia por pesticidas y herbicidas, la destrucción del territorio, el cambio climático, la dictadura de la movilidad (automóviles, avión, TAV...), las guerras por el petróleo, la carrera de armamentos, la concentración de poder, etc... La política hoy tiene, pues, un carácter negativo; como dice Habermas: “orienta su acción (...) no de la manera precisa para realizar finalidades prácticas, sino para encontrar soluciones de orden técnico”.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
Germinal, Ramón, Vivir en el alambre y otros escritos. Muturreko & Biblioteca Social Hermanos Quero, 2005.
Anders, Günther, L´obsolescence de l´homme, 1956. Editado en castellano por el colectivo Etcétera el capítulo “La formación de las necesidades”, 2004.
Semprun, Jaime, “Notas sobre el Manifiesto contra el trabajo”, 2003. Editado por DDT y precedido por el texto del mismo autor El fantasma de la teoría, 2004.
Amorós, Miquel, “Desde abajo y desde afuera”. Proyectiles. Brulot, 2007.
Habermas, Jürgen, Ciencia y técnica como “ideología”, 1968.
Agamben, Giorgio, Medios sin fin, notas sobre política, 1996.
Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, 1964.
Kogon, Heugen, El estado de la SS, 1949.
Pasolini, Escritos corsarios, 1978.
Los Amigos de Ludd, boletín nº 1, diciembre de 2001.
Resquicios, revista de crítica social nº 1, abril de 2006.
http://amotinadxs.blogspot.com/2011/12/consideraciones-difusas-sobre-vida-y.html
“Realmente, el principal problema es la cuestión de lo que nosotros, los trabajadores, vamos a aceptar como progreso”.
San Francisco, 1971
DERROTA
Derrotado el viejo movimiento obrero en su proyecto histórico [1] y relegado el cadáver a la esfera de lo privado, propia de una sociedad de masas fuertemente individualizada y consumista (postmoderna, industrial, en “crisis”...), las relaciones sociales capitalistas vendrían a entremezclarse cada vez más con la vida cotidiana. Proceso muy acentuado en el periplo de los años ochenta y noventa, la reacción neoliberal de Thatcher y Reagan, y acompañado, claro está, del avance afilado de los instrumentos de dominación tecnológica: la industria militar, la comunicación desenfrenada, la manipulación genética, etc.; a lo que sin duda hemos de vincular el hecho de que la maquinaria tecnocientífica se desarrolle empeñada hoy, como decía Ramón Germinal, en “sustituir a la naturaleza y a las hembras en la privilegiada tarea de crear vida”.
HUMANITARISMO
Desde la modernidad, como veremos más adelante, la tensión entre vida y política ha sido el eje de los discursos. Puede decirse incluso que ha sido el fermento, en especial del discurso o el cuento humanitarista: aquel que moviliza a las buenas voluntades devolviéndoles la “buena conciencia” y, a la vez, culpabilizando a las propias víctimas y a los países más pobres. De hecho es el discurso más extendido, el de la dominación en sus diferentes caras. Ya sea esta la más dura, el correlato a la reacción neoliberal de los años ochenta (el espectáculo televisado de la Guerra del Golfo o, más tarde, la Guerra de Irak) o las más blanda de las miles de ONG´s -vamos a decir bienintencionadas- que hoy velan por preservar la vida allí donde se vea amenazada. Herramientas parlanchinas la una y la otra del consenso y despolitizadoras. Capaces de igualar, mediando el prisma desencantado y cool de la hegemonía postmoderna, desastres naturales y guerras; con la pistola, claro está, de los derechos humanos y una democracia mercantil y tecnocrática (gobierno de los especialistas, de los expertos) bien cargada y en la boca.
La ayuda solidaria se anuncia salvación del “otro”. El problema es que contempla al ser humano únicamente en su dimensión más simple, la zoológica (“forma o manera de vivir propia de un individuo o de un grupo”: zoé), obligando así a conformarse con la miseria hipertecnificada de la industria del espectáculo a la inmaterial, que es sin duda la que da sentido a la existencia. De este modo el humanitarismo se propone exclusivamente satisfacer exigencias físicas tales como la ropa, el alimento o la vivienda. La víctima, que por h o por b ha sido brutalmente desarraigada de su contexto, es decir, de su forma, deviene entonces pura existencia biológica (nuda vita o bios: “el simple hecho de vivir común a todos los vivientes”). Se trata pues de salvar la vida, en general, como si fuese algo que aflora en el aire o palpita en todo lo que nos rodea; mistificándola y a la par desnudandola, reduciéndola a mera supervivencia: sin preguntarse si quiera, en el caso de conflictos armados o el plomo del día a día, qué causas generan tanta violencia. Así la víctima responde a la imagen, es un reflejo más, de la homogeneización que el Estado transnacional realiza.
Banalizar... vaciar de sentido la solidaridad y la vida entera en el trazo estético que va de lo propio a lo ajeno, o de lo privado a lo público, es a lo que contribuye tanta gente que acude convencida a actos tan deplorables como el Live Eight de Bob Geldof [2]: es el “devenir imagen”, sobre imagen, del capital; lo hemos visto también en las movilizaciones contra la guerra o el 11-M. Ideológicamente algo más a la derecha (más reaccionaria), al margen de la carretera que conduce al corredor de la muerte de la prisión de Livington, en Tejas, el discurso humanitarista y autodenominado pro vida escribe: “el aborto detiene un corazón vivo” [3]. El cinismo es, sin duda, uno de los afectos -por decirlo al modo del “hardt-negrismo” universitario- que el dispositivo de producción de orden despliega con menor sigilo.
CONTROL Y AUTO-CONTROL
A la crítica más o menos “de izquierdas” o ciudadanista de la deslocalización de las grandes corporaciones industriales y los mercados financieros desregulados (globalización), debemos anteponerle la óptica de la incorporación de todos los ámbitos de la vida al proceso de valorización del capital. Decir que las políticas que articulan las diferentes agencias del “Estado universal homogéneo” (Fukuyama) encauzan al mundo, y muy especialmente a ese tercero, hacia un mismo objetivo -ser tierra abonada y pasto de y para las transnacionales- es cierto, pero desde luego es muy escaso a la hora de diagnosticar, en la era de la globalización armada en la que acabamos de entrar, el alcance que dichas políticas (intervencionistas) puedan llegar a tener, y de hecho tienen, en la dominación generalizada de nuestras vidas.
La logorrea de la participación y la tolerancia cívicas, por ejemplo, no hace sino disfrazar la barbarie de una movilización en la que la totalidad de las capacidades y pasiones humanas actúan supeditadas a la cadena del mercado: es así como la vida se ha convertido hoy en el autentico modo de sujeción y dominio. La movilización total que el ambiguo pensador Ernst Jünger anunció ya hace años, en 1930, posee carácter de militarización de la sociedad y actúa, a través de estados de ansiedad, miedo e insatisfacción inducidas, sin otra bofe que el consumo. Sin embargo el remedio capitalista no consuma su función, y reacciona como caja de resonancia primero y más tarde o a la vez como lazarillo, quedando así el “hombre anónimo” de la tele-democracia atrapado en la cadena de producción de un sistema que parece funcionar por sí solo: sin una mano exterior que lo impulse más que la propia vida.
“La congruencia total y sin resto entre la oferta y la demanda [apunta Günther Anders] no se alcanza jamás; de modo que, para cerrar esa brecha, hace falta movilizar una fuerza auxiliar, y esa fuerza auxiliar es la moral. Cierto es que también la moral, si ha de ser apta para servir de fuerza auxiliar, debe ser previamente formada, de tal manera que pase por ‘inmoral’ -es decir: por inconformista- aquel que no desea lo que haya de recibir, y de modo que la opinión pública (o, en su caso, su portavoz, que es la conciencia individual ‘propia’ de cada cual) fuerce al individuo a desear lo que haya de recibir. Y eso es lo que sucede hoy en día. La máxima que se nos impone a todos a cada instante, y que apela -tácitamente, pero sin objeciones- a la ‘parte mejor de nosotros mismos’ reza (o rezaría, si se formulara): ‘¡Aprende a necesitar lo que te ofrezcan!’”. Y es que es simplemente viviendo, tejiendo toda una orbe de relaciones afectivas, lingüísticas, creativas, de cooperación social, etc. que producimos y reproducimos una realidad que se ha entremezclado por completo con el espectáculo. Efectivamente hoy somos al mismo tiempo espectadores (objetos, cosas) y protagonistas (sujetos, actores): sujetos sujetados a una movilización general que tiene por nombre “participación” y que no es otra cosa que nuestra autoimplicación en la megamáquina... La rueda del dominio nunca se ha movido desde tan adentro.
La sociedad metropolitana del adoctrinamiento y manipulación de las conciencias, como no puede ser de otro modo, alberga el malestar y el vacío en el centro y los despliega y normaliza generalizándolos. Decreta la muerte/asesinato de lo que cada uno de nosotros quiere vivir (disponer y decidir sobre las propias condiciones de existencia) y la “mayoría”, es decir, esa sociedad civil de la que formamos parte con la amenaza explícita de ser excluidos o tachados de terroristas, se excusa en lo cotidiano para no tener que hacerlo hasta el final; no lo soportarían. Trazan... o trazamos y recorremos una vida despotenciada, una vida convertida en proyecto (en permanente inversión de dinero sobre uno mismo, para afrontar así el encerado y remodelado constante que el mercado exige) y tejida del material de la renuncia, o la servidumbre voluntaria: el oportunismo, el cinismo, el miedo...
Las élites corporativas, políticas y militares, con tal de mantener un espectáculo derramado a todos los ámbitos de la vida -o el orden- social, no hacen sino amordazarnos a la brutal necesidad del mercado y sus gadgets. Pero ahí no queda todo. Decía Hannah Arendt que la dominación no se ejerce sólo desde el exterior sino también desde el interior. Y, efectivamente, la subordinación a la cadena del mercado viene dada en dos movimientos que se entretejen en su perpetuo ir y venir: a) desde el exterior, o heteronomía, y b) desde el interior, o autonomía.
En el espectáculo postmoderno, cuya característica y novedad primera es la ausencia de toda centralidad -y también de aquella que desde la fábrica ejerciera el trabajo-[4] el capital, productor de todo tipo de mercancías y servicios, ante la descomposición y la miseria generalizadas, hoy vende seguridad. Y lo hace de un modo, cuando menos, paradójico: obligándonos al cumplimiento de un código normativo implacable, de “tolerancia cero” o de “firmeza diez” que dijera Fernández Díaz [5]. El paro es un ejemplo. Deviene una herramienta eficaz para el consenso, alimentando los miedos que provoca la propia amenaza del paro (el miedo al vacío que acecha) y reconduciéndolos hacia una adaptabilidad a la red productiva, a la lógica y miserias del trabajo asalariado en este caso. Dicha adecuación, y es ahí donde irrumpe con más fuerza la paradoja, viene acompañada del ejercicio de la “autonomía” -ilusoria, por supuesto- por parte del individuo-masa, del individuo individual: que se siente libre, tiene un proyecto y se busca a sí mismo dentro de una geografía específica de los recursos, de las posibilidades y de las aspiraciones que el poder preserva (heteronomía). Es decir, a través de un conjunto de intereses generales (¿de la industria acaso?... que más bien son legitimaciones ideológicas, desarrollistas), ilusiones tecnoentusiastas de confort por parte de la “ciudadanía” (lo que supone, se quiera o no, acarrear con necesidades ficticias de fácil adquisición en cualquier superficie comercial... con la explotación trabajo-consumo-devastación del medio natural, etc. que ello implica), estrategias intervencionistas de corporaciones industriales como Monsanto, Pioneer, Syngenta, Novartis e Indra, sistemas o complejos técnicos e instituciones (cárcel y Estado penal sobre todo) que dirigen y gestionan con criterios puramente empresariales nuestras vidas. A través del control social. Y control social es también, no conviene olvidarlo: “el encuadramiento psicosocial de las ‘muchedumbres solitarias’, el control policial del ‘salvajismo’, la industria de la ‘salud’ (sector en expansión donde los haya), la del entretenimiento y de las compensaciones ‘culturales’ por la desertificación de la vida, por no decir nada de todo lo que concierne a la ‘reparación’ del bricolaje técnico de una neonaturaleza” (Jaime Semprun).
LA POLITICA SE CONVIERTE EN POLICIA
Abandonar el miedo tatuado en nuestros cuerpos no es fácil. Y menos fácil es olvidar el mazo que golpea (Estado penal): la onda desplegada y, gracias a la estadística, el cálculo de probabilidades y la terrible lógica de los seguros, dilatada y dirigida a aplastar los diferentes modos de insumisión -y la contestación más radical la ha ejecutado siempre la lucha anclada en el pensar y el sentir contra el poder- que realmente lograsen enfrentarse frente a esta... frente a una obviedad pegajosa e hipócrita que día a día nos arrastra, la realidad. O lo que es lo mismo, frente a un proceso creciente de desertización (“actuarial”) en el que ya casi no se puede respirar otra cosa que unos y ceros y tantos por ciento, polvo... un paisaje desolado y ruinas.
Derruidas la Torres Gemelas, el ejercicio de la política como esfuerzo por preservar la seguridad ciudadana y global -o, dicho sin eufemismos, de la economía global- se entiende, invirtiendo la sentencia de Carl von Clausewitz, como continuación de la guerra por otros medios: una guerra civil abierta contra todo comportamiento considerado, en el Código Penal, la Ley del Poder Judicial, la Ley de Enjuiciamiento Criminal, la Ley del Menor, la Ley de Extranjería, etc. [6], como “desordenado”; contra todo individuo o grupo social entero (los jóvenes, los inmigrantes, los radicales...) que ose o se vea obligado a “perturbar”, ahora o en un futuro hipotético, el orden socialmente impuesto. Desde luego hoy el consenso está sujeto, no al principio de negociación propio de las democracias liberales, es un decir, sino a ese orden socialmente impuesto y promovido por el propio miedo a la exclusión y sus efectos devastadores.
Las amenazas lanzadas por Bush y propagadas a través de los media tras el 11-S resuenan una y otra vez -y cada vez con más fuerza- en nuestras cabezas, obligándonos a habitar en la cuerda floja de la precarización, de la degradación sistemática de las condiciones objetivas de vida, que se extiende entre estos dos abismos: “o estáis con nosotros o estáis con los terroristas (...) o estáis conmigo o estáis contra mí” [7]. “Vulnerabilidad [nos recuerda oportunamente Ramón Germinal] es la palabra más utilizada para definir a los regímenes democráticos: ‘al ser sociedades abiertas y libres son más vulnerables al terrorismo’. La falacia de esta frase lleva implícita la alternativa de un ‘estado-guerra’ que sacrifique la autonomía y la libertad de la gente por un poco más de seguridad. Todo ello sin perder el envoltorio de la democracia. Ya sabemos la clase de libertad que reparten en las democracias, pero la vulnerabilidad tiene raíces más profundas y conviene recordar qué hace vulnerable a la sociedad tecnológica. Es como narrar la historia del progreso pero al revés”.
“LA MISMA REALIDAD VUELTA ENGAÑO”
La vida, en los labios y en laboratorios del poder, no es hoy más que un espectro. Ese espejismo o ese fulano que nos sujeta y nos esclaviza a todos, encargado de levantar horizontes de sentido, basculando eterna y estúpidamente de derecha a izquierda, dentro de un desierto circular y asfixiante. La realidad. Es decir, la verdad que ha salido triunfante, la verdad capitalista (neoliberal), se ha hecho una con la realidad y asegura que la vida se ha hecho totalmente capitalista: ya no es el mercado el que organiza la sociedad, sino que es más bien la vida entera la que se ha convertido en mercado. “El espectáculo desarrollista [escribe Miquel Amorós], que enmascaraba su naturaleza fascista mientras ofrecía a los asalariados la libertad de consumo”, y “el espectáculo democrático, que ocultaba su origen pactado y su vocación totalitaria cubriéndose de una ideología de la libertad”, se han integrado en un mismo entramado (sociedad red) carcelario. Si “el espectáculo desarrollista y el democrático han sido formas primarias que no llegaron a determinar la totalidad de las conductas sociales porque la realidad existía a parte, ajena a ellos”, “el espectáculo postmoderno resultante es sin embargo una forma madura, porque se mezcla con la realidad, falsificándola y a la vez reconstruyéndola como espectáculo. No se limita a acompañar a la realidad alterando su percepción; no es ya una presentación engañosa de la realidad, es la misma realidad vuelta engaño”.
¿FIN O MUTACIÓN DE LOS TIEMPOS MODERNOS?
Vivimos en el mundo que vivimos y no en “otro”. Y, aunque nos asquee, de la post-modernidad o hiper-modernidad ya [8], como de la guerra cotidiana (patriarcado, escuela, trabajo asalariado/paro, necesidades y miserias inducidas a través de los medios de masas -modas-, neurosis, psiquiatrización, devastación del territorio y humana, etc.), no se escapa ni Dios.
Liquidado de las “grandes mayorías sociales” el proyecto ilustrado de la modernidad, el derrumbe de los grandes relatos de legitimación de lo artístico, lo moral y lo científico (el proyecto histórico, la idea unitaria, la historia, la emancipación, la razón, etc.), tal y como diagnosticara Lyotard en La condición postmoderna, el panorama de hoy es muy distinto. Yendo más al raíz: “En la medida en que la ciencia y la técnica penetran en los ámbitos institucionales de la sociedad, transformando de este modo las instituciones mismas, empiezan a desmoronarse las viejas legitimaciones” (Jürgen Habermas).
Hoy no sólo la criatura humana sigue estando en minoría de edad, reverso pegajoso y patético de lo que Kant afirmó con la Ilustración, sino que la única en emanciparse ha sido la técnica: el procedimiento o conjunto de procedimientos automatizados que tiene como objeto la apropiación completa de la vida (biológica y política, natural y social) por vía del industrialismo; de una doctrina o ideología que justifica plenamente la acción instrumental y estratégica como colonización de la vida cotidiana -y de la vida misma en el caso de las biotecnologías- considerando únicamente como razonable y objetivo, se supone, el saber científico. A decir verdad la maximización de beneficios es su única lógica. (Es a esta autonomía de la técnica, proceso iniciado tras la Primera Guerra Mundial y que ha posibilitado la globalización capitalista, a lo que llamamos tecnología).
Hoy lo público y lo privado, el cuerpo biológico ligado al pueblo llano (“vida reducida a mera supervivencia y sacrificable”: plebs) y el cuerpo político que encarna al ciudadano (populus: “forma o manera de vivir propia de un individuo o de un grupo”), son ya indiscernibles: “a pesar de tantas charlatanerías bienintencionadas [acierta el pensador de la “biopolítica” Giorgio Agamben] el pueblo no es hoy otra cosa que el hueco soporte de la identidad estatal y únicamente como tal es reconocido”.
Hoy el conjunto de los ciudadanos en su condición de cuerpo político unitario (Estado total) y el capital en su faceta tecnoindustrial, el dominio espectacular de la técnica del que han hablado por ejemplo Neil Postman (Tecnópolis), Günther Anders (Nosotros, los hijos de Eichmann), David Watson (Contra la megamáquina), Jacques Ellul (La edad de la técnica), Theodor W. Adorno y Max Horkheimer (La dialéctica de la Ilustración), Lewis Mumford (El mito de la máquina y Técnica y civilización) o, más cercanos a nosotros, el colectivo parisino Encyclopédie des Nuisances [enciclopedia de las nocividades] (Observaciones sobre la agricultura genéticamente modificada y la degradación de las especies), Jaime Semprun (El abismo se repuebla), René Riesel (Los progresos de la domesticación), el colectivo recientemente disuelto Los Amigos de Ludd (Las ilusiones renovables, la cuestión de la energía y la dominación social), Félix Rodrigo Mora (Naturaleza, ruralidad y civilización), Guy Bernelas (El manto de Medea, consideraciones sobre la extinción de las abejas), etc. son un mismo cuerpo...
Hoy no existe pueblo, clase o movimiento alguno enfrentado al estatuto actual del capitalismo; al menos no radicalmente.
Pero, ¿qué es la post-modernidad sino una agudización de los postulados más nocivos de la modernidad, “una modernidad aún más moderna” como pronunció con La búsqueda del presente el poeta Octavio Paz?
La modernidad puede definirse como el modo de designar a las sociedades resultantes de un determinado proceso histórico -que se afirma con la Ilustración- de transformación de la civilización en su conjunto. Si durante la Edad Media el poder político lo sustentó la malla de la religión, durante la modernidad el poder político lo encarnaría la idea liberal de progreso ilimitado, ad infinitum: una nueva fe esta vez con argumentos racionales, una “Nueva Iglesia Universal” (Feyerabend).
Ciencia, moralidad y arte fueron las tres esferas en las que se separó la razón. Tomaron forma las fuerzas institucionales del mercado y el Estado. La movilización social fue el aspecto principal de la modernización: cambios en la convivencia de la familia y el entorno más inmediato (crecimiento económico, explosión demográfica y proceso de urbanización... o, de otro modo, desestructuración social de los campesinos y artesanos, imposición del trabajo asalariado, etc.), paso de una economía de subsistencia a una sociedad de consumo, innovaciones que afectaron a la estructura ideológica (medios de comunicación, publicidad, industrialización, paso de la cultura de élites a una cultura para las masas), cambios en las estructuras de poder, etc.
Frente a la comunidad (orgánica, cooperativa, afectiva), el todo para todos, surgió la sociedad (mecanicista, legislativa y represiva) y, como consecuencia, la dominación de una nueva oligarquía constituida por el poder económico de la gran burguesía, el todo para unos pocos [9].
RAZÓN INTRUMENTAL Y DE ESTADO
Los libros de Historia (con mayúscula, ya que no es otra cosa que la dominación de la historia) han buscado convencernos, ya desde la infancia, en la escuela y dándonos forma como al barro, del laicismo del Estado moderno. Convencernos de la no deidad del Estado al que “tan heroicamente” contribuyeron la toma de la Bastilla, las sublevaciones y todo eso que nos cuentan de la revolución burguesa del siglo XVIII: el Siglo de las Luces. Lo que no nos cuentan -lo que no nos hacen ver- es que sustituyendo la estampita de Dios por la figura endiosada de la razón, convirtieron religiosamente a la razón en razón de Estado. Término este último asociado a Maquiavelo y referido a las medidas “racionales” que un gobernante debe tomar con objeto de conservar la salud y fuerza de su Estado.
Lo señalado hasta ahora nos hace pensar en la razón instrumental que a principios del siglo pasado denunció Max Weber: científico-técnica e institucionalizada. Durante el proceso de modernización se equiparó paradójicamente razón a cálculo, economía y eficacia: la Santísima Trinidad del capitalismo. Max Horkheimer, y con él el resto de la Escuela de Frankfurt, englobó acertadamente dicha racionalidad tras el concepto de positivismo: identificando así a toda forma de pensamiento que limita y acota el ámbito de la racionalidad a mera racionalidad científica y que, por lo tanto, se opone a todo tipo de reflexión crítica a partir de la cual, tras un profundo análisis y comprensión de los procesos histórico-sociales, se haga posible promover la emancipación humana de los resortes velados de dominio y represión. Razón crítico-dialéctica, es decir, un uso crítico de la razón no reconciliado con lo que “es”, con lo existente, con el statu quo.
Los apologetas del positivismo, del Progreso, que para decirlo en muy pocas palabras, declaran ideológica (metafísica, supersticiosa, irracional, subjetiva...) cualquier forma de relación entre teoría y práctica que no sea puramente técnica, es decir, ciencia aplicada, toman partido así por un modo de vida y un sentido de la vida determinados, a saber, el de la administración técnica de la vida en todos sus ámbitos, el del control total sobre los procesos naturales y sociales.
“Hoy la dominación [dice Herbert Marcuse] se perpetúa y amplía no sólo por medio de la tecnología sino como tecnología”. “En la etapa del desarrollo científico y técnico [profundiza Habermas] la fuerzas productivas parecen entrar, pues, en una nueva constelación con las relaciones de producción: ya no operan en favor de la ilustración como fundamento de la crítica de las legitimaciones vigentes, sino que se convierten en las mismas en base de la legitimación (...) La ‘racionalización’ de Max Weber no es solamente un proceso a largo plazo de mutación de las estructuras sociales, sino a la vez ‘racionalización’ en el sentido de Freud: el verdadero motivo, el mantenimiento del dominio objetivamente caduco, queda oculto por la invocación de imperativos técnicos. Esta apelación a imperativos técnicos sólo es posible porque la racionalidad de la ciencia y de la técnica ya es por su propia esencia una racionalidad del disponer, una racionalidad del dominio”.
ESTADOS DE SITIO
La quiebra ecológica, financiera, etc. y militarización de la sociedad, inseparables, pues van de la mano de un desarrollo científico-tecnológico financiado por el capital (“ciencia, técnica y valorización industrial se encuentran integradas en un mismo y único sistema”, como bien apunta Habermas), es la soga que recorre ya cuarto y mitad del siglo XX y lo que llevamos de este... y que desde luego seguirá dilatándose.
El panorama actual -y no creo estar exagerando ni rindiéndole cuentas a ninguna ideología entendida como “falsa conciencia del pensador”, que diría Engels- es de lo más parecido a un campo de concentración de dimensiones planetarias, es decir, que contiene al mundo en su totalidad y no hay nada en él, o casi, que se le escape: no hay afuera. No hay determinismos históricos en los que apoyarse. Por otro lado, y aludiendo a una autocomplacencia activista, tampoco hay “origen” (buen salvaje: concepción rousseauniana de la que parte el primitivismo) ni individuo escindido de lo común, de los procesos sociales e históricos (que se busca a sí mismo, como pretende el individualismo más hedonista). (¿Resistir será entonces el único sustento de quienes incidan realmente en el terreno de una “critica crítica”, proyectada hacia una revolución integral? [10] ¿Existe hoy algún sujeto, algún movimiento, capaz de liquidar al capitalismo?, ¿y de ponerlo en jaque aunque sea? ¿Acaso ha existido o existe algún Estado-nación capaz de saltarse el mercado? ¿Se nombra hoy algún sujeto, léase “precariado”, que no sea sino la traducción retórica de un mal viaje iniciado en los setenta, una abstracción más?...)
Hoy el único Imperio que asedia, el imperio del capital financiero y productivo asociado a la técnica -omnipresente y omnisciente-, se ha derramado como una mancha de aceite sobre lo que ha sido y lo que podría ser y los ha condensado, el pasado y el futuro, en un presente continuo caracterizado por la amenaza aterradora de los bárbaros: islamistas, ETA, kale borroka, “chusma”... El aparato del Estado, cada vez menos nacional y mucho más universal y homogeneizado (el mercado se erige como regulador de las relaciones económicas y la democracia como reguladora de las relaciones de poder) actúa, como pudimos ver por ejemplo durante la invasión de Irak de 2003 o el intento más cercano de Israel en el Líbano y Gaza, al margen de la Ley: la pone en “suspenso” con el propósito de preservar la Paz, la Libertad y el sacrosanto orden democráticos. La excepción es hoy la norma. El estado de sitio puede decretarse en cualquier lugar y en cualquier momento.
Un presidente, el Pueblo (Volk: espíritu nacional), la guerra y la muerte -elementos todos ellos del fascismo histórico- es a lo que nos viene acostumbrando ya el soberano: el capital y su Estado, lo Absoluto, Dios... ¿Quién decide si no las guerras? Con la teoría del choque de civilizaciones de Samuel P. Huntington, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Harvard y antiguo miembro del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, la teología vuelve hoy al papel central que ya orquestara durante la Edad Media: “Dios me dijo: ve a combatir a esos terroristas... Y así lo hice” (George W. Bush) [11].
¿De qué se puede hablar/pensar después de Auschwitz?
Especialmente desde entonces (con la proliferación de los medios de formación de masas, con la extensión de redes de incomunicación como Internet, la telefonía móvil, la televisión, etc.) no se vienen diciendo más que idioteces; y casi siempre, o siempre, alabando los enormes logros de la ciencia y la técnica dentro de la muy costosa -sobre todo en el Reino de España- democracia totalitaria. Y es que siempre habrá idiotas (del griego idiotés: “ciudadano privado y egoísta que no se preocupa de los asuntos públicos”) que fijen su mirada embelesada en el dedo mientras se les señala, horrorizados, la luna: El hombre europeo [occidental por extensión] al exigir la dictadura de la razón [escribe en 1949 el historiador del nazismo Eugen Kogon], se ha convertido en objeto de funestos vasallajes, recubiertos, en parte, con ropajes deslumbrantes. Cargado de ciencia y de técnica, ha vuelto a un estado parecido al de la esclavitud. Los señores feudales y los príncipes del absolutismo no lo dominan ya, pero es ahora prisionero de numerosas necesidades -que se han despertado sin ser satisfechas-, una víctima desorientada, profundamente descontenta y a menudo desesperada, de Estados de termitas administrados burocráticamente”.
Después de Hiroshima, 6 de agosto de 1945, genocidio que marcó el ocaso de la Segunda Guerra Mundial y que probablemente terminó de esbozar el principio de una “nueva era” definida por la amenaza nuclear y el terrorismo industrial generalizados (legionella, fiebre aftosa, vacas locas, intoxicaciones masivas por aceite de colza, uranio empobrecido en los bombardeos humanitarios, imposición velada de transgénicos, incertidumbre genética, etc.), el estado de sitio pasó a ser la norma. Y bien, con el paso ya de seis décadas esto no ha hecho más que empeorar. Hoy puede decirse sin ningún miedo a ser simplistas que la política, muy lejos de representar una escala de valores que la dignifique, no consiste sino en una mera administración del desastre [12]: tanto a nivel ecológico, acostumbrando a la población a este de forma que pase desapercibido (el poder se vuelve “ecológico”, “bio” o “verde” en la misma medida que el ecologismo entra a formar parte del poder... así se estimulan, por ejemplo, cotas de mercado dedicadas al “consumo responsable” y planes estructurales con la etiqueta de “desarrollo sostenible”, conceptos en ambos casos absurdos puesto que consumo y responsabilidad y desarrollo y sostenibilidad son antitéticos), como a nivel social, reformando y endureciendo tanto las formas externas o heterónomas de dominación (que intervienen sobre los cuerpos) como las internalizadas o “autónomas” (que se interesan mucho más por las pasiones, por los sentimientos).
Las ruinas sobreexpuestas de Palestina, el desastre del Prestige, Kosovo, la guerra del Golfo, Tian’anmen, Chernovil, Bhopal, Villagrimaldi, Hiroshima, Auschwitz o los campos de concentración franquistas son hoy, en democracia, la matriz oculta del espacio político en el que vivimos, no lugares: macrocárcel de Zuera, Topas, Algeciras o Puerto 3 (Puerto de Santa María, Cádiz); los regímenes FIES (ficheros de internos de especial seguimiento); el proceso de privatización de las cárceles en EE.UU. y estudiado muy de cerca por Europa; el aumento de la seguridad privada; los centros cerrados de menores; la reforma y endurecimiento del Código Penal, la Ley del Poder judicial, la Ley de Enjuiciamiento Criminal, la Ley del Menor, la Ley de Extranjería, etc.; la subordinación de todos los ámbitos de la vida o, mejor, de todas las capacidades y pasiones humanas a la cadena del mercado; los psicofármacos; el miedo jadeado a través de los media y legitimador de la “tolerancia cero”, las normativas cívicas o la guerra global contra el terrorismo; las zonas de detección de los aeropuertos y las zonas de detección de migrantes “ilegales”, tierras de nadie situadas también en las interfases fronterizas; la condición de Palestina como lugar paradigmático de esta estructuración; los extrarradios de los muros fronterizos entre Ceuta y Melilla, donde anualmente unos 50.000 africanos intentan saltar las vallas hacia Europa; los centros de internamiento para extranjeros (CIE); Guantánamo... “Excluido” y “terrorista” son, a grandes rasgos -en lo social se entiende, porque en una concepción más amplia la catástrofe planea sobre todas y cada una de nuestras cabezas-, las dos figuras fantasmagóricas que lo transitan.
Más sencillo. La cara más acabada de la sociedad moderna e industrial (de “la autodestrucción de la Ilustración”, siguiendo a Horkheimer y Adorno) es por hechos consumados el fascismo, el nazismo y el estalinismo; claro que como decía Pasolini -y simplificando en exceso la ecuación- “el fascismo [histórico] se basaba en la Iglesia y el ejército, y hoy esto no es nada comparado con la televisión”: fascismo postmoderno lo llaman algunos. Condición sine cua non que productos espectáculo como el documental de David Guggenheim Una verdad incómoda (por nombrar sólo un ejemplo dentro de la cháchara acondicionadora y superficial sobre el cambio climático... que no informa ni por asomo sobre el agotamiento del petróleo sino que sólo intenta acostumbrarnos a lo peor sin afrontar sus verdaderas causas, a saber, el desarrollismo y el consumo desorbitado del modelo industrial, con todo su séquito de expertos, empresarios, políticos y burócratas) o el ciudadanismo que congrega bajo un mismo techo ideológico a militantes y simpatizantes de la izquierda de partidos y sindical y a altermundistas de los varios y muy apaciguados Foros Sociales, movilizaciones contra la guerra, contra la manipulación mediática y política del 11-M, por una “vivienda digna” o por el decrecimiento soft a lo Serge Latouche se encargan de enmascarar -consciente o inconscientemente- reclamando “más democracia” (participativa, estatista... una especie de regreso al Welfare State de los setenta) y una mejor gestión de la miseria ingénita a la demo-tecnocrácia mercantil, al “Estado-Providencia”, al “Estado-Uno”.
DIÁLOGO DEMOCRATICO
El Estado-capital (el anfiteatro de Dios y el Pueblo en la tierra) dialoga sólo con sus propiedades, con quien se somete sin reservas.
MASS MEDIA
La barbarie sistemática y racionalmente organizada, como falsificadora que es, no tiene otra forma de legitimarse más que esa apelación constante a una situación de peligro grave (Al-Qaeda, ETA, etc.), que expone machaconamente y en todas partes -a ojos de todo el mundo- y que al mismo tiempo se esfuerza en banalizar ¿secretamente? Si la prostitución y el camelleo son la expresión más desgarrada de la miseria social, la pornografía de los medios de formación de masas y el tráfico de drogas (la promoción y el uso que hacen de ellas la industria del ocio y las diferentes ciencias o seudociencias: la psiquiatría por ejemplo) son la principal máquina herramienta que el Estado-capital nos ofrece para seguir produciendo y reproduciendo lo absurdo: una vida (política, social) y la vida (biológica, natural) subyugada a su dominio.
DESCOMPONERSE MATANDO
El dispositivo de producción de supervivencia sabe rentabilizar incluso su propio nihilismo (su propia huida desbocada hacia delante) replegando a la naturaleza y a la sociedad entera bajo sus pantalones y procurando que ninguna esfera de la vida quede fuera de sus márgenes, de esa asquerosa economía.
¿PESIMISMO?
Más lejos del optimismo o el pesimismo no se me ocurre nada que salvar de una sociedad vertedero que bien puede medirse por los colores, los modelos y el olor -una vez usado- del papel higiénico que consume: realidad y capitalismo son sinónimos. La realidad (fordista, postfordista o la suma presente de aquellos modos de producción y valoración que hasta hoy ha dado el capital) no nos ofrece nada. ¡Mierda! Es lo que compone y hace girar al mundo, es sólo un cadáver en estado muy avanzado de putrefacción.
¿SUJETO REVOLUCIONARIO?
Si hoy existe algún sujeto revolucionario -que en sí no existe- ya está muy alejado del viejo movimiento obrerista: la conciencia no deviene en el lugar de trabajo, entre otras cosas, porque la fábrica se ha derramado a toda la sociedad invadiendo por completo nuestras vidas. Aunque algo, poco tiene que ver con el proletariado industrial despojado de los medios de producción y su toma de conciencia a través de una lucha de clases “marxista” (desposeídos de los medios de producción contra poseedores), y menos, aun los esfuerzos del espejismo mediactivista, con el precariado social de Antonio Negri: “a rey muerto, rey puesto” que dijera Ramón Germinal. Hoy el único “sujeto” que persiste, que lucha sin subirse a las ramas de la ideología o falsa conciencia (conciencia separada de la praxis, práctica separada de la conciencia) es el individuo autoconsciente de su situación de explotación mediante el trabajo, el consumo... y autoconsciente también de la cosificación de la vida misma a través de la industria y el mercado y que actúa en consecuencia. “A la condición alienante de dicho sistema técnico [escriben Los amigos de Ludd] hay que contraponer pues el proyecto de autonomía como vía de emancipación social e individual, que no se reduce, como creían y creen aún hoy muchos marxistas, a la supresión de la propiedad privada y a la apropiación de los medios de producción por parte de los trabajadores [medios de producción que más bien habría que desmantelar, ¡por supuesto no se puede combatir la alienación con medios alienados!], sino que incluyen el proceso por el cual los seres humanos, fuera y dentro del ámbito productivo, toman las riendas de la organización de su propia existencia y deciden en común sobre la prioridad y satisfacción de sus necesidades. Ni que decir tiene que el sistema técnico que hoy impera constituye un medio opaco para la clarificación social de esas necesidades y por tanto, su autocrecimiento supone una constante pérdida de autonomía para la sociedad en cuestión”.
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NOTAS
1. Derrota anclada en el Estado español durante la “Transacción”, en la que la convergencia entre el reformismo capitalista (PCE, PSUC, etc.) y el reformismo obrero (CC.OO. y UGT) liquidaría, gracias a los Pactos de Moncloa, en 1977, los movimientos de clase adscritos a las “luchas autónomas” y la asunción del proletariado como proletariado, es decir, como clase trabajadora.
2. Megaconcierto organizado por Bob Geldof (ex miembro del grupo musical Pink Floyd) con la idea, según relata la BBC, de “enviarle un mensaje a los delegados del G8, los ocho países más industrializados del mundo, para eliminar la pobreza y la hambruna en África (...) Se calcula que miles de millones de personas en el mundo lo siguieron por televisión” (3-6-2005).
3. “Un mexicano en el corredor de la muerte”, El País, 2-8-2005.
4. Por supuesto la sociedad del capitalismo salvaje sigue sustentándose en el trabajo, claro que no hay que olvidar que el desarrollo tecnológico-financiero ha enmascarado el antagonismo entre capital y trabajo diluyendo así los conflictos de clase. A esta situación han contribuido tanto los sindicatos pactistas y la beneficencia estatal -el subsidio de paro por ejemplo- como la automatización y deslocalización de las industrias. El paso de una economía productiva (fordista) a otra básicamente de servicios (postfordista) es simultánea al proceso de atomización social y privatización. En estas condiciones no es de extrañar que el lugar de trabajo y el trabajo mismo, como actividad creadora de identidades colectivas, hayan perdido el papel estratégico que sí tuvieron en la economía productiva.
5. “El líder del PP en el Ayuntamiento de Barcelona, Alberto Fernández, exigió por su parte ‘firmeza claridad y rigor’, que consiste en pasar de la autoridad cero a la firmeza diez, Guardia Urbana suficiente en los barrios, lucha contra el incivismo y la inseguridad, y más servicios sociales y municipales de mantenimiento y de limpieza” (ABC, 20-10-2005).
6. Leyes que esta misma la lógica de guerra (mundializada) ha reformado y endurecido en este caso en el Estado español.
7. El Mundo, 27-12-2001.
8. Lipovetsky, Gilles, Los tiempos hipermodernos, 2006.
9. “Una cosa es el saber social fruto de las experiencias de la vida puestas en común (habilidades, técnicas, errores, aciertos, conocimientos, afectos, sentimientos, expresiones...) y otra el bautizado por Marx como general intellect, creador y a su vez criatura del aparato científico-tecnológico, que precisa para su voraz alimentación de la sabiduría popular.
“Dos siglos de ‘general intellect’ al servicio de la (re)producción capitalista han socavado las bases materiales del saber social: los vínculos sociales de las comunidades humanas y las relaciones de interdependencia y conocimiento con el medio natural donde habitan. Saberes ligados a las características de las cuencas físicas -al suelo, el agua, el clima-; saberes aprendidos con los cinco sentidos; saberes acumulados para vivir, no sólo para trabajar; saberes en los que la gente enseña y aprende, en los que la información y el conocimiento de poco sirven si no nos hacen más sabios; saber que no es tal si no se comparte, que no se obtiene sin el vínculo de la cooperación social. Con el saber abstracto y sus aplicaciones tecnológicas los vínculos sociales de la gente que hacen comunidad han ido desapareciendo, y lo que es peor, sustituidos por otros basados en el miedo, en la demanda de seguridad; vínculos directos y voluntarios entre el individuo y el Estado. El conocimiento del hábitat humano, de sus particularidades y limitaciones, del saber que nos aporta han sido remplazados en dos centurias por la enseñanza reglada, los expertos y un aparato técnico-científico al servicio de una producción que no conoce límites, en tanto que producción de dominio. La peor de las pesadillas es la que nos enfrenta al espejo y en él vemos reflejadas las armas del enemigo que son las nuestras” (Ramón Germinal).
10. En este aspecto apunta Miquel Amorós (Historia de diez años: 1974-1984): “lo urgente son las tácticas de resistencia inmediata, la circulación de las ideas, la salvaguarda del debate público, las prácticas de solidaridad efectiva, la afirmación de la voluntad subversiva, la conservación de la dignidad personal, la secesión de la mercancía, el mantenimiento de un mínimo de lenguaje crítico autónomo... en el mejor de los casos la crítica revolucionaria ya llegará, y en el peor, dará igual que llegue como que no”. Y en otro texto: “la relocalización productiva, el retorno a la agricultura tradicional, los talleres autogestionados, la desurbanización y la democracia directa, no será el producto de ninguna placa fotovoltaica ni de ningún diseño verde, ni llegará de la mano de las viejas instituciones, de iniciativas ciudadanistas o mediante fórmulas financieras y empresariales, sino la obra de una revolución que subvierta las relaciones sociales existentes. Paradójicamente, dicha revolución ha de preocuparse de preservar todo lo que el capitalismo no pudo destruir -solidaridad, experiencia de lucha, cultura popular, viejos saberes..., pero también la flora y la fauna, el aire puro y el agua limpia-, por lo que habrá de tener por primera vez un carácter eminentemente conservador y constructivo. Ni técnica ni políticamente es posible evitar la alternativa entre la extinción biológica o la revolución tal como apuntamos. No hay solución desde dentro, a la izquierda o a la derecha, sólo desde abajo y desde afuera”.
11. La Nación, 7-10-2005.
12. Entendemos por desastre la sobreproducción capitalista, la deslocalización productiva, el despilfarro de agua, energía y materias primas, la intervención biotecnológica de las plantas y animales para una mejor adaptación a la industria y el mercado, la pérdida de la biodiversidad, la desaparición de prácticas agrícolas integradas, la contaminación a lo largo de la cadena alimenticia por pesticidas y herbicidas, la destrucción del territorio, el cambio climático, la dictadura de la movilidad (automóviles, avión, TAV...), las guerras por el petróleo, la carrera de armamentos, la concentración de poder, etc... La política hoy tiene, pues, un carácter negativo; como dice Habermas: “orienta su acción (...) no de la manera precisa para realizar finalidades prácticas, sino para encontrar soluciones de orden técnico”.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
Germinal, Ramón, Vivir en el alambre y otros escritos. Muturreko & Biblioteca Social Hermanos Quero, 2005.
Anders, Günther, L´obsolescence de l´homme, 1956. Editado en castellano por el colectivo Etcétera el capítulo “La formación de las necesidades”, 2004.
Semprun, Jaime, “Notas sobre el Manifiesto contra el trabajo”, 2003. Editado por DDT y precedido por el texto del mismo autor El fantasma de la teoría, 2004.
Amorós, Miquel, “Desde abajo y desde afuera”. Proyectiles. Brulot, 2007.
Habermas, Jürgen, Ciencia y técnica como “ideología”, 1968.
Agamben, Giorgio, Medios sin fin, notas sobre política, 1996.
Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, 1964.
Kogon, Heugen, El estado de la SS, 1949.
Pasolini, Escritos corsarios, 1978.
Los Amigos de Ludd, boletín nº 1, diciembre de 2001.
Resquicios, revista de crítica social nº 1, abril de 2006.
http://amotinadxs.blogspot.com/2011/12/consideraciones-difusas-sobre-vida-y.html